Por: Manuel Narváez Narváez
Flaco favor nos hacemos cuando se busca apresuradamente en la milpa del compadre el heno que sedujo a la “chiva coqueta”, sin aceptar que nuestro piso bajo el tejaban está frío.
Dice una vieja frase: “la verdad no peca pero incomoda”, cuando nos referimos a la situación que provoca de decir las cosas como son, a quienes se sienten aludidos. En mi caso, singular y particular escuché decir a algunos compañeros de partido, prefiero compartir lo que pienso de lo sucedido el pasado domingo en la elecciones de Edomex, Coahuila, Nayarit e Hidalgo, porque asumo una responsabilidad civil y ciudadana de autoanálisis y reflexión, que dejarme arrastrar por poses o posturas bizarras que sólo alimentan un surrealismo que ahonda el desencanto de la sociedad.
Precarias y hasta primitivas, por no decir lamentables y lastimosas declaraciones, leí y escuché de personajes con responsabilidades dentro del PAN, local y nacional, en relación a las derrotas sufridas el domingo 3 de julio.
En principio consideré sustraerme del torbellino de excusas y pretextos socorridas tradicionalmente después de una tunda como la que se nos infringió el “domingo negro”, ¿para qué?, me cuestioné, son calenturas ajenas que compete a los jugadores que jugaron ese juego, pero no, me respondí, 26 años de mi vida en las filas de Acción Nacional, y la formación que tengo no me permiten esconderme entre la cobardía del anonimato, mucho menos ser cómplice de tan triste y deplorables poses y posturas.
Apelando a mi dignidad humana, la que me es inherente desde mi concepción y consagrada como el primer principio de doctrina panista, huelga decir bajo el amparo del 7mo. Constitucional, lamento profundamente diferir de casi todo lo que se dijo, en primer lugar porque ofende la inteligencia de los mexicanos, y en segundo lugar porque falta a la verdad.
Qué diablos se pretende obtener cuando se culpa a todos y a todo de nuestras derrotas, si la respuesta la tenemos frente a nosotros mismos. El enemigo no está afuera, lo tenemos dentro de casa y se placea encuerado, pero es tanta la soberbia y la arrogancia de personas que se consideran infalibles, o están sujetas a compromisos sectarios, que no pueden o no quieren verlo.
Enemigos son la hipocresía, la simulación y la ambición desmedida por el poder, enemigo es valerse de máscaras para obtener la aprobación y el voto, enemigo es la mente torcida que se aprovecha de un cargo o puesto para seducir con engaños o a la fuerza, enemigo es ver en la política la oportunidad de saciar extravagancias, enemigo es creerse indispensable, enemigo es apoderarse de la verdad, enemigo es considerar que los cargos públicos son para enriquecerse, enemigo es esculpir el rostro para gustar y no para convencer, enemigo es presumir democracia y enchufarse a los propios, enemigo es
pensar que la política es una escalera o vitrina de trofeos, vaya, una Egoteca. Enemigos son los trepadores y arribistas, esos son los enemigos a vencer.
Los partidos políticos no son nuestros enemigos, son adversarios, así debemos verlos, si en sus destrezas y cualidades para ganar adeptos y votos esconden la mentira, compete a nosotros como partido DENUNCIARLO y PROBARLO, de tal suerte que el electorado y la sociedad, convencida, sí es que somos capaces de hacerlo, sepa distinguir entre un aliado y a su enemigo. Entiéndase enemigo al conjunto de tropelías y trapacerías cometidas en aras de conquistar el voto.
Explicada mi teoría del enemigo (electoral), retomo con singular libertad el penúltimo párrafo que antecede a éste. Para qué buscamos en los demás o en otro lado a los responsables de nuestros tropiezos y errores, a estas alturas de la democracia donde la ciudadanía está curtida de lo que vale y cuesta, resulta oficioso y hasta vergonzante pretender engañarlos o confundirlos con una pureza fingida.
El problema, y no es la canción de Arjona, no son los adversarios, ni los órganos electorales, mucho menos los electores que votaron por otros, el problema somos nosotros mismos que abandonamos la vehemencia de las acciones, que congruentes con la palabra, acompañábamos hasta el final, sin importar el costo de la adversidad y la fatiga, porque la fuerza del reclamo era justa y honesta. Esto valía el esfuerzo.
Con azoro veo que mis correligionarios con responsabilidad desestiman resultados y señalan con índice de fuego arbitrariedades, abusos de poder, compra de votos y conciencias, al día siguiente de la jornada electoral. Por qué esperar a que se consumen las sospechas teniendo la posibilidad de evitarlas. Participar en el proceso electoral hasta el final es aceptar las reglas del juego, consentir las decisiones del árbitro y legitimar los resultados.
El pataleo postelectoral, sin tener los pelos de la burra en la mano, no hace más que ensanchar la herida, decepcionar todavía más al elector, es exponer públicamente ignorancia, ingenuidad o estupidez. El hubiera no existe, pero dónde queda el aprendizaje de la doctrina, dónde están las enseñanzas de nuestros predecesores para hacer valer con la fuerza de la verdad y la razón, el juego limpio.
Desde hace algunas elecciones, recientes por supuesto, se presentan quejas y observaciones contra acciones y omisiones de candidatos, gobernantes, funcionarios públicos y hasta del mismo árbitro, muchas de ellos justificadas. Sucede ante el IFE y los Institutos Electorales Estatales, azules, rojos y amarillos por igual, sin embargo, en el caso de mi partido, todavía es momento que no entiendo cómo es que ya no defendemos como en antaño los argumentos que presentamos, porque soy un convencido que la palabra es como el honor, se defiende con todo.
Si no sé es capaz de conquistar la democracia día con día, como el Amor diría Maquío, quiere decir que no sé es digno de abanderarla. Como fichas de dominó, cae lo que no se defiende con todo, y si no se defiende con todo, es que no hay convicción, ni argumentos,
ni prueba de lo que se acusa. Culpable soy yo, culpable soy yo, por haberte tenido olvidada, por dejar que muriera el amor, por haberte negado mi mano, culpable soy yo, reza la letra de una canción de José Luis Rodríguez “El Puma”.
Ya es tiempo, parafraseando el lema de campaña de aquella gesta democrática de 1986, de asumir con responsabilidad las consecuencias de nuestros actos y omisiones, y aceptar con entereza las decisiones de una sociedad madura. Ya es tiempo de dejar de lado esas sandeces como: “No ganó aquel, perdimos nosotros”; ¿cómo que no que no ganó aquel?, en las elecciones gana el que tiene más votos, es como el fútbol, gana el que mete más goles. ¿Cuándo han visto que un partido se vaya a tiempos extras pese a terminar 2 a 1, porque el perdedor reclama empate técnico o considera que los goles del adversario se anotaron en fuera de lugar? .
Mi muy queridos y bien ponderados compañeros de militancia, ya no busquemos culpables con la vista ni enemigos con las tripas, mejor veamos hacia nuestro interior y escuchemos al corazón para sanar las heridas. Apelemos al bálsamo de la madurez que nos ayude a superar este duelo, porque aún queda un largo camino que recorrer.