México • El hombre, regordete, hirsuto el cabello y de oscura barba, como si trajera manojos de forrajes en lugar de patillas, frisaba unos 45 años. Tenía la piel tostada, un tanto negruzca, por lo que era difícil adivinar su matiz original. Incluso el rostro y sus manos escamosas se confundían con los andrajos que vestía. El resto de su figura desentonaba con el escaso tono níveo de sus escleróticas.
Siempre estaba ahí.
De sol a sol.
Lo que hacía era abrir y tapar una coladera situada en los límites de las colonias Doctores y Roma, con el único fin de recolectar pizcas de basura y echarlas al caño. Practicaba esa labor en cortos intervalos, sin prever el peligro que corría por el rodar de autos, situación que de vez en cuando ocasionaba frenazos y refunfuños.
Había personas compasivas que pasaban por ahí y le obsequiaban un bocadillo. Disfrutaba el regalo, en ocasiones depositado en la orilla de su pequeño espacio, un espacio ganado durante años, cuya permanencia había ocasionado que se formara una mancha aceitosa en la banqueta.
El hombre, sobre todo en tiempos de canícula, irradiaba un olorcillo rancio, mismo que hacía esquivar a viandantes, la mayoría con gestos de desagrado, sin faltar aquellos que se oprimían la nariz y aceleraban el paso.
De pronto ya nadie vio al hombre, como suele ocurrir con algunos mendigos que pueblan parques, jardines y pedazos de banquetas.
Nadie supo, que se sepa hasta ahora, su destino final, o si cambió de zona, y menos aún si formó parte de esos 413 cadáveres que nadie reclamó en 2011, de los cuales 164 fueron sepultados en la fosa común y el resto, 249, usados por alumnos en escuelas de medicina del Instituto Politécnico Nacional o de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Aquel hombre no era un indigente común, como los que se mueven en grupo o en solitario, o los que caen vencidos por la debilidad o el alcohol sobre banquetas y que ahí se quedan, entre la indiferencia o el duro gesto de transeúntes, y que un día morirán en riñas, o por inanición o atropellados, y lo más probable es que vayan a la fosa común o sus cadáveres tengan como destino alguna escuela de medicina.
— ¿Qué tenía aquel hombre?
—Retraso mental.
Fue la respuesta de un vecino.
—O se quedó en el viaje –dijo otro.
Pero no todos los cadáveres “desconocidos” son de indigentes; también han sido hallados en taxis o en viviendas, en la vía pública o en un cuarto de hotel; otras personas, con la misma clasificación, fallecen en hospitales.
En todos los casos, además de iniciar una indagatoria, el agente del ministerio público “exhorta a quien (es) lo conocieron, se presente (n) ante el suscrito a proporcionar los datos necesarios para su identificación”.
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El pasado 13 de enero, describe el reporte oficial, fue encontrado “el cadáver de un individuo desconocido del sexo masculino, quien perdiera la vida a bordo de un taxi de la marca Nissan, tipo Tsuru, color vino con dorado, placas de circulación B-01-870, sobre el eje Guerrero, entre las calles de Camelia y Sol, de la delegación Cuauhtémoc”.
El hombre, de unos 65 años, tez blanca, pelo entrecano, cejas pobladas, frente amplia, ojos cafés, nariz recta, labios delgados, estatura de un metro y 85 centímetros, vestía camisa de manga larga de color café con cuadros rojos, de la marca Weekend Sport, una playera amarilla Adidas, con la leyenda “XXVI Maratón Internacional de la Ciudad de México”, pantalón de mezclilla marca Levis, cinturón de piel con hebilla cromada y zapatos negros.
Otro hombre, de entre 50 y 60 años, “al parecer indigente”, murió “por paro respiratorio”. Fue encontrado afuera de la panadería El refugio, en la colonia Martín Carrera, delegación Gustavo A. Madero. “Señas particulares: múltiples tatuajes en escapular deltoidea y piernas”.
Una mujer —de entre 35 a 42 años, de un metro y 60 centímetros, complexión robusta, tez morena clara, ojos café oscuro, cicatriz quirúrgica horizontal— “fue encontrada sin vida a causa de asfixia por estrangulación, en la habitación número 4 del hotel Único, ubicado en la calle Escuela Médico Militar número 20, colonia Centro, delegación Cuauhtémoc, dándose inicio a la averiguación previa…”
Otra mujer —34 años, tez morena, pelo corto, nariz ancha, labios gruesos¬— fue reportada como lesionada el pasado 29 de diciembre en el parque María Luisa, en la colonia Industrial. Ya estaba muerta cuando llegó
la ambulancia.
Y la lista sigue.
Clasificación: “desconocidos”.
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En marzo del año pasado, la Procuraduría General de Justicia y el Tribunal de Justicia del DF firmaron un convenio con la UNAM y el IPN “en el que se establecen los mecanismos de transparencia de colaboración para llevar a cabo el control de registro, manejo, distribución eficiente y proporcional de los cadáveres de personas desconocidas”.
Con ese tipo de instrumentos, dijo en su discurso el entonces procurador del DF, Miguel Ángel Mancera, “se beneficia a los estudiosos de las materias que tienen conexión con las ciencias médico forenses y, sobre todo, a los habitantes de la Ciudad de México”.
El rector José Narro Robles aprovechó la oportunidad para anunciar la creación de la licenciatura en Ciencias Forenses, porque, dijo, el desarrollo científico y tecnológico permite otras muchas posibilidades, y consideró que un problema de la sociedad mexicana tiene que ver con la impartición de justicia y con el tema de la impunidad.
El presidente del TSJDF, Édgar Elías Azar, explicó los términos legales y expuso que los cadáveres no reclamados dentro de las 72 horas posteriores a la pérdida de la vida, y aquellos de los que se ignore su identidad, serán considerados como de personas desconocidas.
Y detalló:
“La muerte se significa materialmente en el cadáver de las personas, y la ley no asume un papel macabro al regular su tratamiento, sino que entiende que es ése el único asidero con esa comprensión general de la pérdida de la vida humana”.
Es paradójico —reflexionó Elías Azar— “que la muerte sirva para mejorar nuestras condiciones de vida; siempre que así lo entendamos, apoyando la educación, que nada tiene que ver con la muerte inútil, provocada por la violencia que consume recursos…”
La meta, recordó el magistrado, es “una mejor investigación científica sobre la muerte (…) y de tantas otras disciplinas médicas que nos ayudan a resolver mejor nuestras propias vidas”.