Indígenas exportan estropajo a Europa

Moviendo las manos en forma circular mientras sostiene dos agujas de tejer, Domitila Martín San Juan le da forma de cuadro a la fibra de maguey, pieza que fabrica en el poblado El Alberto y que luego será usada en algún hogar de Inglaterra.

Sentada sobre sus rodillas no deja de tejer, incluso cuando cuenta su historia. Tiene la tez morena, el cabello oscuro y amarrado; sobre su espalda porta un ayate hecho con ixtle que usa para guardar sus herramientas, a veces algunas frutas, a veces bebés.

Mientras cuenta su historia se dirige a otras compañeras en la lengua ñañhu, o conocida como otomí. Visten faldas largas y blusas bordadas del cuello.

A sus 46 años dice sentirse contenta de ser la presidenta de la cooperativa de artesanas «Ya Munts’i B’ehña» que se traduce al español como «mujeres reunidas».

Casi cumple cinco años como jefa de la cooperativa que se formó en el año 2000 por Sofía Martín Martín, Sixta San Pedro, Modesta García Bravo y ella.

Domitila, al igual que 250 mujeres que conforman esta cooperativa, elaboran 15 mil piezas de esponjillas en forma de cuadro para exportarlas a la tienda de Body Shop en Inglaterra; con eso ganan 2.18 dólares por cada estropajo, aunque las ganancias finales son de 16.50 pesos tras pagar el material de etiquetado. La elaboración de esponjillas se lleva en dos a tres meses, revela Domitila. Ella logra hacer hasta 80 piezas.

Lo primero es escoger las pencas de maguey que ya estén caídas para cortarlas, asarlas y rasparlas con el «teshi», un tronco de madera con una espátula, hasta que el color verde del maguey desaparezca.

Luego lo dejan reposar tres días al sol con agua y jabón para que se ponga blanco; después cepillarlo y hacerlo bolita, para tejerlo y empacarlo. Conoce bien la técnica; la aprendió desde los 10 años cuando su madre le empezó a enseñar.

«De mis manos a tus manos»

Sus productos tradicionales en México tienen un valor de 40 pesos, y 250 pesos los nuevos que están elaborando con pintura natural extraída del cempasúchil, higo, nogal, grana de cochinilla y eucalipto.

Domitila comenta que el paso a Inglaterra lo obtuvieron por medio del señor Jesús Campo, de Querétaro, quien tenía permiso para exportar café, pero ahora ya no necesitan de intermediarios ya que tienen el trato directo con el empresario de Inglaterra.

La cooperativa se constituyó en el año 2000, y recuerda que antes del año 2005 empacaban en la escuela primaria de la comunidad, pero gracias al programa Opciones Productivas de la Secretaría de Desarrollo Social obtuvieron el préstamo para la construcción de la casa. Además de esta institución cuenta que han recibido el apoyo de L’Oreal, quienes donaron cisternas, a través de su programa de ecotecnias.

En el logotipo de la etiqueta se lee «de mis manos a tus manos» con un corazón. «El corazón es porque lo hacemos de corazón», explica.

Críticas por trabajar

Para Domitila y las otras productoras empezar el negocio no significó sólo tener más ingresos y mejorar su vida, sino recuperar su dignidad e independencia como mujeres. Ella misma recuerda que otras vecinas de la comunidad las criticaban por organizarse y tratar de no depender del esposo.

«Nos decían malas palabras porque antes los hombres no nos dejaban salir, querían que trabajáramos en las casas, pero ahora los esposos nos apoyan», dice. Además impulsan talleres para mujeres sobre sus derechos. «He aprendido mucho estando en el grupo, con los talleres que nos imparten Magali y Adriana de México sobre nuestros derechos y la sexualidad».

Microempresaria

Domitila Martín San Juan ahora usa la computadora, tramita papeles y hace controles de producción como cualquier empresaria, a pesar de que sólo terminó el primer grado de telesecundaria.

Parada bajo la sombra de un árbol, agarrada de una de sus ramas y observando los magueyes frente a ella, cuenta que sus padres le decían que estudiara una licenciatura, pero Domitila quería tener dinero como sus compañeras de la telesecundaria y se fue a los 13 años a la ciudad de México para trabajar limpiando casas.

Después de un año volvió a su comunidad para seguir estudiando, pero conoció a su esposo, se casó y se olvidó de sus planes temporalmente.

Ahora con su trabajo ayuda a la alimentación y educación de sus cuatro hijos.

Su esposo se dedica a la carpintería, pero que no siempre tiene trabajo, y ella lo ayuda de vez en cuando con los pasajes o gasolina «solo si me trata bien», dice riendo. Domitila invita a que vayan a su comunidad -ubicada a 76 kilómetros de Pachuca- a conocer el trabajo del campo y las ayuden a buscar más clientes.

El ver que la demás gente viene a conocer su trabajo la hace sentirse orgullosa, asegura. «Sigan adelante y busquen nuevos mercados», les dice Domitila a los artesanos mexicanos que buscan sobrevivir de manera digna.